viernes, diciembre 15, 2006

Ver, de nuevo

Para ti que estás cansado
Definitivamente, Fabián no veía la luz. Solo podía percibir sombras que se movían y a las que él reconocía por la costumbre y las voces. Fue algo progresivo. Ni él mismo se había dado cuenta. Estaba demasiado ocupado y aburrido para notarlo. Y hoy, finalmente pondrá solución al asunto.

Fabián no irá al médico. No le gustan. Los ve como especie de fantasmas malévolos que lo someten en contra de su voluntad a pruebas dolorosas e innecesarias, porque al final siempre está sano.

Fabián simplemente dejará que enciendan las luces. Y finalmente podrá verlo todo tal cual es. Comenzará su vida y cambiará la que ya tenía y contestará mal a los que lo molestan y se reirá de otros cuando así lo crea y comerá cosas que antes no comía, y viajará, y leerá y verá. Verá, por fin.

miércoles, diciembre 13, 2006

Punto de giro

«El señor Ignacio ha muerto». Con esa sencillez lo comunicó a su familia la enfermera que le cuidaba durante los últimos días, mientras que ellos esperaban en la sala, bebiendo una copa o fumando un cigarrillo. Es evidente que esperaban que esto ocurriera, si no, no se explicarían los suspiros rebeldes de alivio que salieron de la boca de algunos de los presentes y las lágrimas que no se derramaron.

Ignacio no era una buena persona. Esto hay que aclararlo. Durante su vida fue una especie de tirano con sus hijos, a los que no dejaba de vigilar. Parecía tener oídos y ojos en todas partes y si no hubiera sido por el profundo respeto que sentía hacia su ahora difunta esposa Lola, quien muchas veces ocultaba alguna travesura de los niños, la cosa habría sido mucho peor. Él decía que lo hacía por su bien, para hacerlos buenas personas, pero no se daba cuenta que la persona que debía ser su ejemplo, era el gran detractor de lo que intentaba hacer.

Sobre estas historias hablaban sus hijos cuando con el rostro pálido, la enfermera volvió a salir para comunicar que algo extraño había ocurrido: En el momento cuando ella salió a dar la noticia, el señor Ignacio volvió en sí, se levantó de la cama y se sentó al borde de la ventana de su habitación. Desde allí escuchó la noticia y la reacción de los presentes, porque a pesar de ser un anciano, mantenía aún su oído superdotado. Fue entonces cuando abrió los ojos y vio, que a su alrededor, no había más que soledad, la que él mismo había construido y que ya no podría derribar. Y así sucedió que, con la poca fuerza que tenía se deslizó y cayó dos pisos más abajo, sobre las margaritas de Lola, las mismas que él cuidaba desde que ella se había ido para siempre y que ahora le acompañaban en su último suspiro.

lunes, diciembre 11, 2006

La aventurera

Todos los días igual. Tan puntual como el mejor de los relojes suizos, La Mujer hacía el mismo recorrido una y otra vez a lo largo de la calle donde yo vivía. La miraba saludar a algunos transeúntes que ella seleccionaba cuidadosamente, sonriendo, sin soltar la gastada bolsa de papel que siempre la acompañaba, de la que sacaba de cuando en cuando un trozo de galleta o de pan, o de lo que hubiera ese día. Nunca entraba en ningún portal. Se conformaba con llegar hasta el final de la calle y volver, sin descanso, pero con un paso tranquilo.

Yo era nueva en el barrio y sin embargo, ya me había acostumbrado a muchos de sus personajes: el flautista, los gitanos de la música, los niños en el parque… y la anciana. Nadie sabía de dónde venía o si vivía allí pero era una conocida de siempre, caminante incansable.

Un día, me crucé con ella en mi camino al trabajo y ese día, fui una de sus elegidas. Aproveché el momento para unirme a ella y preguntarle qué hacía: Me dijo que le daba la vuelta al mundo y como no podía pagar tantos aviones y tenía que cuidar a sus nietos por las tardes, iba acumulando kilómetros cada mañana sin que ninguna fuera igual a la anterior: si el mundo viene a mí, ¿para qué tengo que ir más lejos?

martes, diciembre 05, 2006

Palabras

Dicen que las palabras se las lleva el viento, pero creo que para cada uno de nosotros, algunas se quedan para siempre: un momento, una emoción, algo que hemos visto, se asocia inevitablemente a una palabra que guardamos. Y esa palabra nos parece bella, poética, única, con una sonoridad que intimida al resto de sus compañeras..

Las palabras que coleccionamos son historias resumidas en unas pocas letras Entre las mías están unas cuantas, algunas más evidentes que otras, pero igual de significativas: Mantolo, Luenga, Chilango, Kunst, Chocolat, Amélie, «K’ostias pías», Papo, Emulsión, Granate, Rien, Frida, Film, Prímula, Jaiba, Peristanfláutico, Grosella, Urgaash, ¿No te jode?, Farfullo, Fragilidad, Creatinina, Tacubo, World, Alors, Wisdom, Vie.

Hace un tiempo que no digo algunas de ellas, pero las recuerdo y ellas me recuerdan a mí que aunque las palabras se las lleve el viento, elles se quedan si nosotros no dejamos que se vayan.