viernes, junio 08, 2007

Sobre la insoportable virginidad del ser

Para Celia, las alegrías de la vida se basaban en hechos corrientes, cotidianos. Bajar las bolsas de la basura, lavar los platos, poner la lavadora y planchar, que decía que la relajaba como nada.

Celia vivía sola. Su madre había muerto hace poco. Y aunque para los pocos que la conocían, aquello era un buen augurio, por el infierno que ella le había hecho vivir toda su vida, sus hábitos no cambiaron demasiado. No tenía razón para hacerlo, o al menos eso era lo que contestaba antes de seguir hacia el mercado a comprar su comida y los productos de toda la vida: carne, legumbre, una lechuga, cuatro tomates, puerros, huevos, pescado y algunas patatas y frutas, además del jabón de glicerina y el champú para niños que decía su madre que era el mejor para el pelo, sin prestar atención a las nuevas alternativas pensadas para la comodidad de los consumidores.

Uno de esos días –Celia no lo sabía-, su cajera de siempre pidió una baja médica por una razón que nadie parecía saber. En su lugar, un chico joven, con granos en la cara y aire despistado, despachaba con torpeza las compras.

Celia esperó su turno, pagó y volvió a casa. Fue entonces cuando se dio cuenta de que uno de los productos del cliente anterior estaba entre los suyos. Se trataba de una loción hidratante que pensó en devolver enseguida, si no hubiera sido porque era ya la hora de preparar la comida y como es de esperar, no retrasaría este ritual por algo que ni siquiera era su culpa.

Después de comer, Celia se sentó a leer en el viejo sofá verde que no se había movido de su sitio en toda su vida y vio en la mesa de al lado el curioso envase que ahora despertó en ella la curiosidad: abrió la tapa y una fragancia imposible de describir para ella llenó sus fosas nasales y la hizo sonreír, algo que tampoco era habitual. Miró a los lados con ojos rápidos, como para cerciorarse de que nadie la veía, se puso un poco en la punta del dedo índice y la frotó con el pulgar. La sensación era como de tocar terciopelo, esa tela que gustaba tanto a su madre para las cortinas y que ahora ella sentía como parte de su piel. Se atrevió a más y se puso un poco más en la mano. Llenó sus brazos, sus piernas, su cuello, y ya no pudo parar.

Por primera vez sonriente sin razón aparente, Celia volvió al mercado y compró otra crema, un champú con olor a frutas, dos tabletas de chocolate con avellanas y flan. Y volvió a su casa y se encontró a algunos vecinos, pero ella no los miró siquiera. Siguió de largo, dejando un nuevo olor que impregnaba ahora el sofá verde, que ahora cambió de sitio, y la piel de Celia que hace días dejó de ser virgen.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Que delicioso relato...te felicito!

Jose Faneite dijo...

hola linda.. es un placer para mi tener contacto con alguien como tu, una mujer muy profecional y ademas de llevar el mismo apellido que yo. mo nombre es jose faneite colina, mi familia es del estado falcon y tambien tengo familia en Maracaibo. mi correo es jfaneite@hotmail.com y mi telefono 00584128862021 por si te animas y logramos tener algun contacto y conoces nuestras procedencias.. y te felicito por que eres de mente brillante.. asi somos todos los faneite. muchos exitos.. saludos.

federico b. dijo...

EL CAJERO LE PUSO YONBINA A LA CREMA LLAMÁLO BOBITO....

AMIGO JOSE LOS HIJOS NACIDOS DE PRIMOS SALEN MONGOLICOS, POR FAVOR USTED NO LO SEA.

El Pasajero En Trance dijo...

mi alma...

Anónimo dijo...

mi alma pilar teneis anos que no escribis, que te pasa carajo?

Anónimo dijo...

Queremos un nuevo post....please...tulis en rebelión...