«El señor Ignacio ha muerto». Con esa sencillez lo comunicó a su familia la enfermera que le cuidaba durante los últimos días, mientras que ellos esperaban en la sala, bebiendo una copa o fumando un cigarrillo. Es evidente que esperaban que esto ocurriera, si no, no se explicarían los suspiros rebeldes de alivio que salieron de la boca de algunos de los presentes y las lágrimas que no se derramaron.
Ignacio no era una buena persona. Esto hay que aclararlo. Durante su vida fue una especie de tirano con sus hijos, a los que no dejaba de vigilar. Parecía tener oídos y ojos en todas partes y si no hubiera sido por el profundo respeto que sentía hacia su ahora difunta esposa Lola, quien muchas veces ocultaba alguna travesura de los niños, la cosa habría sido mucho peor. Él decía que lo hacía por su bien, para hacerlos buenas personas, pero no se daba cuenta que la persona que debía ser su ejemplo, era el gran detractor de lo que intentaba hacer.
Sobre estas historias hablaban sus hijos cuando con el rostro pálido, la enfermera volvió a salir para comunicar que algo extraño había ocurrido: En el momento cuando ella salió a dar la noticia, el señor Ignacio volvió en sí, se levantó de la cama y se sentó al borde de la ventana de su habitación. Desde allí escuchó la noticia y la reacción de los presentes, porque a pesar de ser un anciano, mantenía aún su oído superdotado. Fue entonces cuando abrió los ojos y vio, que a su alrededor, no había más que soledad, la que él mismo había construido y que ya no podría derribar. Y así sucedió que, con la poca fuerza que tenía se deslizó y cayó dos pisos más abajo, sobre las margaritas de Lola, las mismas que él cuidaba desde que ella se había ido para siempre y que ahora le acompañaban en su último suspiro.
Ignacio no era una buena persona. Esto hay que aclararlo. Durante su vida fue una especie de tirano con sus hijos, a los que no dejaba de vigilar. Parecía tener oídos y ojos en todas partes y si no hubiera sido por el profundo respeto que sentía hacia su ahora difunta esposa Lola, quien muchas veces ocultaba alguna travesura de los niños, la cosa habría sido mucho peor. Él decía que lo hacía por su bien, para hacerlos buenas personas, pero no se daba cuenta que la persona que debía ser su ejemplo, era el gran detractor de lo que intentaba hacer.
Sobre estas historias hablaban sus hijos cuando con el rostro pálido, la enfermera volvió a salir para comunicar que algo extraño había ocurrido: En el momento cuando ella salió a dar la noticia, el señor Ignacio volvió en sí, se levantó de la cama y se sentó al borde de la ventana de su habitación. Desde allí escuchó la noticia y la reacción de los presentes, porque a pesar de ser un anciano, mantenía aún su oído superdotado. Fue entonces cuando abrió los ojos y vio, que a su alrededor, no había más que soledad, la que él mismo había construido y que ya no podría derribar. Y así sucedió que, con la poca fuerza que tenía se deslizó y cayó dos pisos más abajo, sobre las margaritas de Lola, las mismas que él cuidaba desde que ella se había ido para siempre y que ahora le acompañaban en su último suspiro.
2 comentarios:
¿Será que hierba mala nunca muere?. Bueno tulipancita que sepa usted que la leo desde hace tiempo y con mucho placer.
besos
ven a recordar conmigo cuando quieras!.
No sera que a veces las personas hacen algo con la mejor intencion y los demas no lo entienden asi y en lugar de valorar ese esfuerzo la desprecian
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