La imagen era perfecta. Él se marchaba y
ella solo podía ver su espalda, más pequeña con cada paso, esa que tanto
acarició días y noches, sin que nadie le advirtiera que quizás no volvería a
ver jamás.
Ella se mantenía de pie, erguida, haciendo
la mejor actuación de su vida, pero las lágrimas la traicionaban y rodaban,
limpias, transparentes hacia un suelo lleno de polvo y huellas que han pisado
todas las latitudes, de otras lágrimas de tristeza y alegría.
A decir verdad, ninguno de los dos contaba
con este giro. De hecho, pensaban que su vida, hasta cuando se conocieron, «era
un ensayo constante para una obra que nunca tendría lugar», en palabras de
Hipólito, el escritor fracasado de Amélie. Luego de conocerse, cambiaron de
frase: «la vida no era sino una excusa perfecta para unirlos». El amor
tiene esas cosas.
Hace exactamente 2 años, 5 meses y 18
días, Vera decidió cambiar de vida. Renunció al «trabajo de cubículo» que le
había permitido ahorrar lo suficiente. Se inscribió en un taller de actuación y
expresión corporal y se dio dos años para comenzar su nueva vida como actriz.
En una zona horaria opuesta, Colin
terminaba una relación de cinco años con Sophie. Ese tiempo había sido más que
suficiente para saber que no estaban hechos para vivir juntos y decidir que si
quería hacer carrera como profesor de inglés, debía buscar un sitio donde
pudiera trabajar, un sitio que le gustara y tuviera tanto sol como su ciudad.
Vera cambió de ciudad sin muchas complicaciones.
Consiguió un apartamento cómodo, iluminado, cerca de su escuela. El precio era
un poco alto y no conocía a nadie, así que decidió poner un anuncio. Después de
unas cuantas entrevistas, se decidió por un chico extranjero, profesor de
inglés que además se ofreció a darle clases a cambio de que ella cocinara. Un
negocio nada malo, pensó Vera, para cuando llegue a Hollywood.
**Vuelven los ejercicios de redacción. Los
invito a sigan esta historia en los comentarios**