Marisa no se considera especialmente atractiva. “Considerablemente mejorable, pero tampoco horrorosa”, suele decirse cuando se mira al espejo de cuerpo entero que colocó hace unos años en su amplia sala de baño durante su época loca de hacer el amor mirando el trasero del amante de turno, y que luego le he servido de crítico anatómico.
En los últimos meses, ha estado sola “por decisión y escasez”, pero hoy se levantó con ganas de enamorarse. Así se lo dijo al espejo, ese eterno confesor que tiene su misma cara y que le sonrió ante este acto de sinceridad al que no estaba acostumbrado después de tantos orgasmos fingidos.
Marisa buscó en el trabajo, en la calle y en al autobús. Cambió su rutina de vuelta a casa para “sin buscarlo”, toparse con su próximo amor, ése que le prepararía cada día el desayuno, la acompañaría de compras y la convertiría en la envidia de las mujeres que los vieran juntos. El problema es que nunca lo encontró.
Exactamente un mes después, se confesaba de nuevo. Esta vez con lágrimas de soledad que fueron interrumpidas por el sonido del timbre. Secándose como pudo se fue sin despedirse del baño, se puso una camiseta larga y abrió la puerta. Era el nuevo cartero de su barrio. Se presentó, le entregó su correspondencia y no pudo evitar preguntarle qué le pasaba. Ella lo dejó entrar y la puerta se cerró por muchos días felices.
En los últimos meses, ha estado sola “por decisión y escasez”, pero hoy se levantó con ganas de enamorarse. Así se lo dijo al espejo, ese eterno confesor que tiene su misma cara y que le sonrió ante este acto de sinceridad al que no estaba acostumbrado después de tantos orgasmos fingidos.
Marisa buscó en el trabajo, en la calle y en al autobús. Cambió su rutina de vuelta a casa para “sin buscarlo”, toparse con su próximo amor, ése que le prepararía cada día el desayuno, la acompañaría de compras y la convertiría en la envidia de las mujeres que los vieran juntos. El problema es que nunca lo encontró.
Exactamente un mes después, se confesaba de nuevo. Esta vez con lágrimas de soledad que fueron interrumpidas por el sonido del timbre. Secándose como pudo se fue sin despedirse del baño, se puso una camiseta larga y abrió la puerta. Era el nuevo cartero de su barrio. Se presentó, le entregó su correspondencia y no pudo evitar preguntarle qué le pasaba. Ella lo dejó entrar y la puerta se cerró por muchos días felices.
2 comentarios:
Aja Y el Cartero ? y el Trabajo...?, mucho desayuno sin nada en la nevera...
MENOS MAL ERA EL CARTERO PORQUE EL AMIGO ELECTROLUX SE LA HUBIESE ENCHUFADO....
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