Para ti, por el hombro y las letras
Nos conocimos en un museo. Era ordinario, lleno de cosas ordinarias e incluso más ordinarias. Pensé que era muy joven, demasiado tal vez, pero eso no impidió que me fijara en él y en esa fragilidad encantadora. Resultó ser escritor, igual que yo. El hecho de que nos hubiéramos encontrado allí no podía ser casual. Lo atribuí a las maquinaciones de mi amigo “El Okupa” quien se había perdido en algún momento con la excusa de buscar unos sándwiches de pavo que según él eran los mejores de la ciudad. Mi amigo tenía ese mote porque no tenía casa. Se contentaba con ir de museo en museo, admirando cuadros, durmiendo en los bancos frente a increíbles obras de arte. “Todo un lujo”, solía decir justo antes de comenzar a roncar frente a alguna obra de Goya o El Bosco.
Yo aprovechaba sus siestas para ver los museos con calma. Sabía que cuando terminara lo encontraría allí de nuevo, despierto pero a la vez en trance, admirando los personajes que lo vieron dormir profundamente. Pero esta vez no fue así. Debí haberlo sospechado.
“El Okupa” me invitó al museo pero no durmió esta vez. Empleó su tiempo en mirar de soslayo las ordinarieces que allí había. De pronto, anunció que tenía hambre, me dejó sola y fue entonces cuando ocurrió.
Él entró en silencio y se detuvo frente a un muestrario de grapas y clips de varios colores. Colocó su mano sobre el cristal y miró maravillado lo que allí había. Yo lo miraba a él. En algún momento, se dio cuenta de mi presencia. Caminó hacia mí, me dio la mano y se presentó: “Encantado. Ya lo sé, no es nuestro momento, pero sólo quería verte por primera vez”. Yo no pude decir nada. Sólo verlo salir por la puerta contraria mientras mi amigo llegaba con la bolsa de sándwiches, que por cierto, apenas probé.
Yo aprovechaba sus siestas para ver los museos con calma. Sabía que cuando terminara lo encontraría allí de nuevo, despierto pero a la vez en trance, admirando los personajes que lo vieron dormir profundamente. Pero esta vez no fue así. Debí haberlo sospechado.
“El Okupa” me invitó al museo pero no durmió esta vez. Empleó su tiempo en mirar de soslayo las ordinarieces que allí había. De pronto, anunció que tenía hambre, me dejó sola y fue entonces cuando ocurrió.
Él entró en silencio y se detuvo frente a un muestrario de grapas y clips de varios colores. Colocó su mano sobre el cristal y miró maravillado lo que allí había. Yo lo miraba a él. En algún momento, se dio cuenta de mi presencia. Caminó hacia mí, me dio la mano y se presentó: “Encantado. Ya lo sé, no es nuestro momento, pero sólo quería verte por primera vez”. Yo no pude decir nada. Sólo verlo salir por la puerta contraria mientras mi amigo llegaba con la bolsa de sándwiches, que por cierto, apenas probé.
1 comentario:
Ché dear Pilar, ma chère:
Estoy seguro de que el fulano El Okupa te llevó al Museo de Objetos Navales Increíblemente Cándidos y Asombrosos. Allí es donde suelen aparecer los fantasmas que más queremos (jóvenes a veces, no demasiado), con quienes a veces nos hablamos, con quienes a veces nos escribimos.
Es un texto hermoso, miss You.
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