miércoles, septiembre 06, 2006

Mi Reino por una locha

A mi abuelo, el gran mago


Cuando a José Ramón Hernández se lo llevaron, no sabía de qué lo acusaban. Lo esposaron, junto a otros cuatro compañeros y se los llevaron fuera. Fue camino a la comisaría cuando se enteró que era sospechoso de querer matar a Eustoquio Gómez, presidente del estado Lara y hermano del dictador Juan Vicente Gómez.

Escuchaba cómo a su alrededor la gente murmuraba y los señalaba. Pensó que si la acusación era ésa, no saldría vivo de allí. Por esos días, los fusilamientos estaban a la orden del día y a la mínima sospecha, se disparaba y luego se preguntaba.

Llegaron a la comisaría y los llevaron a un patio amplio, donde estaban otros presos, incluidos dos intelectuales venezolanos a quienes habían encarcelado y encadenado de por vida por llevar consigo libros de la Revolución Francesa. La “liberté, fraternité, egalité” no encajaba en todo aquello. Cuando los vio, José Ramón pensó que parecían dos esqueletos. No se imaginaba que uno de ellos llegaría luego a ministro. El otro no tuvo tanta suerte.

Los esqueletos se acercaron a uno de sus compañeros, Manuel Reverón, famosos por pasar seis meses del año trabajando y los otros seis bebiendo. Para eso vivía. Sus andanzas lo habían hecho entrar a ese patio unas cuantas veces, pero siempre salía. Tenía un carisma único. Poco después se vieron rodeados de más presos y algunos policías que venían a saludarlo como cuando se reencuentra a un viejo amigo.

La sorpresa no hacía olvidar el miedo de los acusados, que siguieron allí el resto del día, sin nada qué comer ni un sitio dónde dormir cuando llegó la noche.

Por la madrugada, los despertaron a patadas. “Pueden irse”, escucharon a una sombra que les hablaba en la oscuridad. Se levantaron lo más pronto que pudieron y salieron todos, derechitos a la calle. En la puerta, un guardia les explicó que se creía que el asesinato era un complot de la propia guardia de Gómez y que ante la duda, el propio Eustoquio ordenó que los despidieran a todos.

José Ramón, más aliviado, caminó hacia la casa donde vivía y trabajaba. Recogió lo poco que tenía y salió con una única preocupación: encontrar una locha para volver al pueblo. La ciudad era muy peligrosa.

4 comentarios:

Fox Mulder dijo...

Bienvenida nuevamente!!!!
ya extrañabamos tus relatos en la blogosfera....espero que las proximas blogo-vacaciones sean mas cortas

Un beso

Busaquita dijo...

Buenísimo...cuentos de viejo, aventuras de verdad. Besos mami.

Anónimo dijo...

REZA POR NO ESCRIBIR UN LIBRO EN LA MISMA TONICA PODRIAS SER CONDENADA AL EXITO...

CUIDATE

Anónimo dijo...

Es interesante deberias publicar mas historias de personas queridas