Emma recibió con una gran sonrisa la caja gigante envuelta en un papel rojo brillante precioso. Con sus siete años, casi no podía cargarla, así que la puso delicadamente en el suelo y rasgó el papel con la alegría que lo hace cualquier niño que recibe un regalote por su cumpleaños.
Poco a poco se fue descubriendo el contenido de la caja. Era una de esas que tienen la parte delantera transparente, así que no fue muy difícil para Emma saber lo que ahora sería de su propiedad: una muñeca muy grande y muy pero muy fea, con esas caras blancas de porcelana, que lejos de fomentar las ganas de jugar, las desvanecen por completo.
Emma no supo cómo reaccionar cuando de vio cara a cara con esos ojos vidriosos, ese vestido de terciopelo azul oscuro y tantos encajes. Ella, ciertamente, había pedido una muñeca para jugar, una muñeca que fuera su hija y a la que cuidaría mejor que a nadie. Eso le había prometido a su mamá. En su lugar, había recibido lo más parecido a una niña muerta.
Fue así que, tal vez gracias a la innegable sabiduría infantil, Emma subió su caja-ataúd a su habitación y la colocó sobre su mecedora. Se sentó frente a ella y le pidió perdón por no dejarla salir a jugar con ella. En vez de eso, Emma bajó al jardín y recogió unas pocas flores frescas que colocó al lado de la caja, antes de salir a jugar afuera, ya sin remordimientos.
Su madre, extrañada, aprovechó la salida de la niña para subir a su habitación y se horrorizó al ver el escenario dispuesto por su hija, pero ciertamente, lo que más le horrorizó fue lo inadecuado de su compra.
Al día siguiente, Emma recibió una nueva caja: esta vez había en ella una muñeca de plástico, estándar, de ojos de plástico y pestañas largas que lloran al ponerles baterías. Con la caja aún intacta, fue hacia donde estaba su madre y le entregó la caja: «No necesito esta muñeca, prefiero seguir jugando con la niña del vestido azul allí afuera que habla de unos días que ya no existen».
Poco a poco se fue descubriendo el contenido de la caja. Era una de esas que tienen la parte delantera transparente, así que no fue muy difícil para Emma saber lo que ahora sería de su propiedad: una muñeca muy grande y muy pero muy fea, con esas caras blancas de porcelana, que lejos de fomentar las ganas de jugar, las desvanecen por completo.
Emma no supo cómo reaccionar cuando de vio cara a cara con esos ojos vidriosos, ese vestido de terciopelo azul oscuro y tantos encajes. Ella, ciertamente, había pedido una muñeca para jugar, una muñeca que fuera su hija y a la que cuidaría mejor que a nadie. Eso le había prometido a su mamá. En su lugar, había recibido lo más parecido a una niña muerta.
Fue así que, tal vez gracias a la innegable sabiduría infantil, Emma subió su caja-ataúd a su habitación y la colocó sobre su mecedora. Se sentó frente a ella y le pidió perdón por no dejarla salir a jugar con ella. En vez de eso, Emma bajó al jardín y recogió unas pocas flores frescas que colocó al lado de la caja, antes de salir a jugar afuera, ya sin remordimientos.
Su madre, extrañada, aprovechó la salida de la niña para subir a su habitación y se horrorizó al ver el escenario dispuesto por su hija, pero ciertamente, lo que más le horrorizó fue lo inadecuado de su compra.
Al día siguiente, Emma recibió una nueva caja: esta vez había en ella una muñeca de plástico, estándar, de ojos de plástico y pestañas largas que lloran al ponerles baterías. Con la caja aún intacta, fue hacia donde estaba su madre y le entregó la caja: «No necesito esta muñeca, prefiero seguir jugando con la niña del vestido azul allí afuera que habla de unos días que ya no existen».
4 comentarios:
Dios Pilarr...
Miru
El hombre es un ser de costumbres, y por tal razon, tambien logra conformarse muchas veces con lo que la vida le depara. Ojala logre una hermosa enseñanza de esa muñeca... Rosa
AR COCO! SONAMOS...
"Tengo una muñeca vestida de azul, con zapatos blancos y su canesú..."
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