jueves, abril 27, 2006

Un ejemplar de pura cepa



Como todos los exiliados (por obligación o decisión propia), la necesidad de lo propio siempre se pone de manifiesto. Yo intento calmar mi saudade maracucha con comida que traigo en cada uno de mis viajes, alguna que otra gaita, visionados de Joligud y, cómo no, el PANORAMA: ese “diario independiente” que para bien o para mal, es (para el pesar de muchos), un referente irrefutable.

Fue precisamente leyendo la edición digital del PANORAMA, en la sección de Gente que me topé con este hombre.

Pocas veces he visto tanto maracuchismo en un solo ser humano. Empecemos por el detalle de la gorra roja, seguramente de una marca de tienda o taller mecánico, siguiendo con los lente de sol en uno de los ojales de la chemise; la barriga, esa obra de arte que ha logrado el individuo en estudio gracias a una disciplina de años, de ritual gastronómico y etílico que le ha dado un resultado más que envidiable. Sigamos con las manos, en los bolsillos en el momento de la foto, pero que seguramente antes reposaba en el pliegue que se forma en su gran tripa monumental, a manera de una gran cafetera con asas.

Al igual que él ante el lente, yo sonreí ante su foto. Fue una sonrisa de admiración por tener el raro privilegio de sentir en la distancia, eso que llaman los gaiteros “sentir zuliano”. Quién se comiera unas arepitas de pernil….

martes, abril 25, 2006

Calaveras Mexicanas



Una de las tradiciones más significativas y cargadas de una estética única y colorida son los altares. Y en ellos, o con ellos, las famosas calaveras mexicanas, que más que un ícono representan parte de la tradición literaria del país.

Comenta el zamorano Eduardo del Río “Rius” que: “ las Calaveras están escritas en forma de verso dedicado a los amigos y a los otros, sólo en Día de Muertos. Una de sus características es que constituye una oportunidad para expresar lo que se piensa acerca del otro o de los otros, de espacios, funciones o cosas, de un régimen del pasado y del presente. No es fácil decir lo que uno piensa de los demás, por eso las calaveras constituyen una forma de literatura valiente”.

Esta costumbre se desarrolló desde el siglo XIX, pero pronto sufrieron el peso de la censura por los gobiernos de turno, que las consideraba peligrosas, pero eso no impidió que muchas personalidades lograran tener la suya:

A Diego Rivera
Este pintor eminente
cultivador del feísmo
se murió instantáneamente
cuando se pintó a sí mismo.

Curiosamente, hoy buscando más información sobre esta forma literaria, me encontré con una dedicada a Hugo Chávez:

Hugo Chávez investido
de poderes especiales
a los reinos infernales
fue hace poco requerido
por haber desconocido
a todo legislador,
magistrado o juzgador
que por él fuera mal visto,
hoy lo ha llamado Mefisto,
que lo quiere de asesor

Manuel Murguía

En fin, los invito a que escriban aquí su propia calavera. Al fin y al cabo de la muerte hay que reírse y con unas tequilitas, pues mucho mejor. ¡Órale güeyes, échenle nomás a ver si sacamos algo divertido de aquí!
Calavera de Henmy para Andrés
Calavera de Andrés para Henmy

lunes, abril 24, 2006

El sueño del escritor

El suelo helado entumeció mis pies sin pedir permiso. Miré a mi alrededor pero no veía las pantuflas mullidas y usadas por muchos inviernos como éste. Seguro ella las tenía puestas. Sin verla, la imaginé en la cocina preparando el desayuno mientras tarareaba alguna canción de esa loca islandesa que ella adoraba y yo temía por su cara, una cara de asesina, de ser capaz de matar a sus hijos y comérselos con su archiconocido vestido de ganso.

Finalmente, mi vejiga se impuso a la pereza y al suelo helado y bajé de la cama. Caminé directo al baño, no sin antes verla, tal como la había imaginado unos minutos antes.

Me deshice de mis líquidos y volví donde ella estaba. La abracé por detrás y la besé en el cuello. Ella respondió con su sonrisa de siempre, ésa de la que me enamoré hace más de 10 años después de alguna borrachera y muchas risas más embriagadoras. Pero hoy es un día especial.

Hoy es el día en el que me confesaré. Le diré toda la verdad. Y después, la mataré igual que hice con las otras y seguiré con mi vida. A fin de cuentas, he tenido muchos años y prácticas para cometer otro crimen perfecto. Sin armas. Sólo con palabras.

jueves, abril 20, 2006

Los muertos de la casa

El concepto de miedo es definido de la siguiente forma en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (s/v): " (Del latín metus) Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. Recelo o aprensión que uno tiene de que le suceda una cosa contraria a lo que desea. El grande o excesivo. Insuperable. El que, imponiéndose a la voluntad de uno, con amenaza de un mal igual o mayor, le impulsa a ejecutar un delito; es circunstancia eximente de responsabilidad criminal".

De todos estos conceptos, Eleuteria Domínguez se identificaba con el primero. De hecho, ésa era la razón por la que ya no iba al trabajo. Tenía miedo a esos niños de ojos hundidos y sin brillo que la rodeaban en el edificio del hospital donde trabajaba como enfermera. Le pedían cosas, lloraban, e incluso intentaban pegarle sin que ella pudiera hacer nada.
En la ciudad, la cosa no era muy diferente. A pesar de la costumbre, seguía sin poder diferenciar muy bien a los vivos de los muertos y eso le había ocasionado más de un problema. De su reputación de loca, ya ni se preocupaba por desmentirla. “La gente cree lo que quiere”, solía decir a su hija, única confidente de las visiones de Eleuteria.

Lo que no sabía Eleuteria es que Terita, su hija, había heredado la misma cualidad que ella, pero prefirió esconderla ante las consecuencias que había traído para su madre, desde el día en que los muertos de la casa le habían dado un mensaje para el alcalde y éste, asustado y fascinado, lo comentó en su programa televisivo dominical y quisieron nombrarla Ministra de Asuntos Esotéricos del Estado.

Eleuteria no quiso tal honor, pero la fama de sus visiones se corrió como pólvora y desde entonces, no la dejaban en paz. Ni a ella, ni a Terita, ni a Ignacio, su marido, que del susto se fue para no volver sin que ninguno de los fantasmas que la visitaban le pudieran decir algo de su paradero.

Al final, “baja permanente por estrés”, dictaminaron los especialistas y desde entonces, Eleuteria pasa sus días jugando ajedrez con esos viajeros silenciosos, que de vez en cuando le dan mensajes para el alcalde, que ya ella no le dice. Terita hace como que no los ve, ni escucha. Prefiere jugar al Solitario. A ella sí le dan miedo los muertos... y el alcalde.

miércoles, abril 19, 2006

Un día, dos coincidencias (y 2)

A María Eugenia y Jesús Ríos, por unirnos una vez más


A Caracas llegué estresada. El vuelo a Madrid salía a las 5:00 y yo a las 2:30 estaba apenas aterrizando. Me quedaba esperar la maleta y correr con ella al Terminal internacional. Como pude, llegué al sitio donde estaban los mostradores de Iberia para darme cuenta que tenía delante de mí un ideal dragón chino, sólo que sin lo vistoso de su cuerpo; más bien desnudo y heterogéneo. Y yo debía ponerme en la cola.

Como siempre, empleé mi tiempo en observar y escuchar a mis compañeros de comparsa. La mayoría estaba completamente rojo del sol tropical bajo el que decidieron abrasarse una semana entera. Otros, no tanto (yo entre ellos).

Seguía obedientemente la línea. El resto de la gente esperaba o caminaba. Entre ellos, un militar observaba con rostro sospechoso a todos los viajeros. Se acercó a la persona que estaba detrás de mí y con gesto reprobatorio, le pidió su pasaporte, le preguntó a dónde iba, en qué trabajaba y por qué había ido a Venezuela. El señor en cuestión respondió –con la cabeza baja- a todas sus preguntas, como cualquier extranjero que anhela partir sin más problemas que los habituales.

El señor interrogado era calvo y extremadamente delgado, de ojos grandes y saltones, con dientes desiguales, pero con una sonrisa amigable. Tras la escena del militar, lo miré con gesto solidario. Él sonrió y a partir de allí, comenzamos a hablar.

El señor es canario y según descubrimos mientras hablábamos, amante de Maracaibo, igual que yo. Me haló sobre lo bien que lo pasó, la calidez de la gente, toda el agua de coco que bebió y cómo sudaba cada vez que salía a entrenarse en el Paseo del Lago.

Allí lo comprendí todo. El círculo se cerró. De repente, su cara me resultó familiar. Y es que yo lo había visto entrenar el viernes a las 12 del mediodía. Yo estaba dando una vuelta por el Paseo del Lago con mi amiga María Eugenia. Conversábamos de la vida, los planes y la ciudad. Hacía mucho calor y por eso nos llamó la atención que alguien estuviera tan loco como para salir a trotar a esa hora. Llevaba una franelilla azul y letras amarillas que ponían algo de Tenerife y corría a mucha velocidad. Nos reímos y hasta pensamos en seguirlo, pero luego los vapores propios de la ciudad nos hicieron desistir.

Maravillada ante tal descubrimiento le pregunté: ¿usted no estaba el viernes trotando en el Paseo del Lago? Me dijo: “Sí, pero ¿cómo sabes?. Sólo atiné a sonreír y pensé que debía llamar a María Eugenia para decirle lo de siempre: “El mundo es una caraota y todos vivimos en el puntico blanco”

martes, abril 18, 2006

Un día, dos coincidencias (1)

Al amigo del señor Kuppa

Hace unos días recibí un correo de mi amigo Luis. Como siempre, me dejaba saber un poco de su vida y deseaba cosas buenas para la mía. Entre algunas de las cosas que me dijo estaba que buscara la Revista Veintiuno de le Fundación Bigott del mes de marzo. Imaginé que en esa petición estaba la posibilidad de leer por fin algunos de sus poemas, después de años de solicitar tal honor. Obedientemente, fui a buscar la revista pero el resultado fue un rotundo fracaso y la amarga sensación de no poder leer a Luis. No sabía que el destino me tenía preparadas varias sorpresas el día de mi partida.
El domingo pasado volví a Madrid. Salí de Maracaibo, con los pies pesados, sabiendo que debía respirar hondo y seguir, de avión en avión hasta llegar a mi casa (mi nueva casa, desde el mes de abril). Incluso en el aeropuerto, intenté conseguir el tan deseado ejemplar sin éxito. O al menos así fue hasta que subi al avión. "Asiento 5J", me indicó la aeromoza, por miedo a que no supiera leer y hasta allí me dirigí. Saqué un libro y comencé a leer mientras esperaba el despegue y el juguito con el que intentan alegrarte los 45 minutos hasta Caracas. Junto a mí se sentó una señora que apenas llegó, empezó a leer la revista que tenía frente a ella.
No había reparado mucho en el asunto, hasta que en algún momento, los astros se pusieron de acuerdo para que yo mirara y ella leyera una página titulada POEMAS que tenía en el extremo derecho el título del autor: Luis Moreno . Superé mi mutismo en las alturas y le pregunté si la revista era suya. Me dijo que no, que simplemente estaba allí. En cuanto terminó me la entregó y pude entregarme por fin al placer de poner los ojos y la cabeza en las palabras de mi amigo, el genio, el artista. Por supuesto que me traje la revista a Madrid.

martes, abril 04, 2006

El Ojo Silva

Hace unos días releí la primera historia de ese libro maravilloso de Roberto Bolaño, titulado “Putas Asesinas”. Es la historia de “El Ojo Silva”, un exiliado chileno en México, dedicado a la fotografía, que un buen día decidió irse de ese hogar forzado debido a sus inclinaciones sexuales.

Pensé en El Ojo Silva y lo que vivió (o mejor dicho, lo que contó), aquella noche fría en Berlín a su viejo amigo, a quien decidió mostrarse después de muchos años, como si nada, como un acto natural, para finalmente desahogarse.

El Ojo Silva vio el mundo, lo fotografió, lo vivió en diferentes latitudes y sin embargo, nada lo cambiaba. Sólo aquella experiencia en India, que desde entonces, lo hacía beber más. Y Berlín, seguro que eso también lo cambió. A mí me pasó lo último.

lunes, abril 03, 2006

Egoísmos oníricos

Gentes de colores, niños sin cara, cielos bermejos y paraguas que vuelan por los aires, descontrolados, furiosos, pero al mismo tiempo cansados de volar. Todo esto ocurría mientras dormía y luchaba por despertar. Finalmente lo logré. Y entonces quise cerrar los ojos de nuevo. El paisaje era el mismo. El tiempo había pasado, pero no en mi cabeza ni en la suya. Él seguía lleno de contradicciones, ambigüedades e incertidumbres y se metía en mis pensamientos, sin preguntar siquiera. Era como si todo le perteneciera, pero no era así. El tiempo seguía pasando y la puerta se cerró para siempre.