Hay veces en las que la falta de tiempo, el apuro, el cansancio o simplemente el caos propio de las grandes ciudades, te impiden apreciar la belleza de ciertos lugares, la magia de un momento.
El viernes pasado supuso en ese sentido una revelación. Como era viernes, salí más temprano que el resto de los días y decidí adelantar unas compras en el centro. Bajé del autobús un poco antes de la Plaza de Callao. Mientras me acercaba al lugar, lo típico: gente saliendo de algún café o con bolsas de tiendas cercanas, algunas pidiendo dinero de mil y un maneras, turistas en pantalones cortos y sandalias a pesar de que aún hacía frío, hombres anuncio; en fin, nada fuera de lo normal, excepto por un detalle: la música.
La calle Preciados es un pasillo largo lleno de tiendas y hostales a cada lado. Es uno de los sitios más emblemáticos para turistas y nativos por una mezcla de tradición y ubicación estratégica. Conecta La Puerta de Sol con Gran Vía y fue en ese paseo donde, sin buscarlo, me encontré rodeada de música.
Venía de ambos lados de forma indiscriminada pero curiosamente armoniosa. Un acordeonista rumano por un lado, un chino con ese instrumento tan raro que es como un cello pero sin el cuerpo y que nunca he sabido cómo se llama. Más adelante, una anciana –pañuelo negro en la cabeza incluido- hacía girar la manivela de su organillo a cambio de una monedas y un hombre mayor dejaba salir esas notas tan melancólicas que hacen del jazz lo que es.
Estaba absolutamente maravillada: Miraba, sin embargo, a mi alrededor pero no noté a nadie que sintiera lo mismo que yo. Los pasos seguían siendo rápidos, los rostros fruncidos o distraídos, las voces intentaban aplacar las notas que salían de todas partes. Y yo estaba en el centro pero no pude decir ni una palabra. No se debe hablar en mitad de un concierto.
El viernes pasado supuso en ese sentido una revelación. Como era viernes, salí más temprano que el resto de los días y decidí adelantar unas compras en el centro. Bajé del autobús un poco antes de la Plaza de Callao. Mientras me acercaba al lugar, lo típico: gente saliendo de algún café o con bolsas de tiendas cercanas, algunas pidiendo dinero de mil y un maneras, turistas en pantalones cortos y sandalias a pesar de que aún hacía frío, hombres anuncio; en fin, nada fuera de lo normal, excepto por un detalle: la música.
La calle Preciados es un pasillo largo lleno de tiendas y hostales a cada lado. Es uno de los sitios más emblemáticos para turistas y nativos por una mezcla de tradición y ubicación estratégica. Conecta La Puerta de Sol con Gran Vía y fue en ese paseo donde, sin buscarlo, me encontré rodeada de música.
Venía de ambos lados de forma indiscriminada pero curiosamente armoniosa. Un acordeonista rumano por un lado, un chino con ese instrumento tan raro que es como un cello pero sin el cuerpo y que nunca he sabido cómo se llama. Más adelante, una anciana –pañuelo negro en la cabeza incluido- hacía girar la manivela de su organillo a cambio de una monedas y un hombre mayor dejaba salir esas notas tan melancólicas que hacen del jazz lo que es.
Estaba absolutamente maravillada: Miraba, sin embargo, a mi alrededor pero no noté a nadie que sintiera lo mismo que yo. Los pasos seguían siendo rápidos, los rostros fruncidos o distraídos, las voces intentaban aplacar las notas que salían de todas partes. Y yo estaba en el centro pero no pude decir ni una palabra. No se debe hablar en mitad de un concierto.
2 comentarios:
No se debe hablar en un concierto, si acaso aplaudir al final. Pero seguro que ni siquiera hizo falta aplaudir ya que tu actitud de sorpresa y tus sentidos abiertos (frente a la multitud sorda) y tu mirada fija a aquellos músicos les llegaron a ellos como brisa de primavera.
¿Recuerdas aquel músico que descubrimos en Toledo? Aquel asceta con sandalias y barba... con pinta de tocar música medieval... estaba cantando una canción de Radiohead!! Nuestra atención y miradas de admiración hacia él lo dejaron perplejo... tuvo que introducir entre la letra de la canción varios "gracias, gracias"... y no por la monedita que le pudimos haber regalado... sino por haber sido complices del gusto por esa música y su particular interpretación.
Arrate
"...No se debe hablar en un concierto". Que belleza!!
Pues aqui estoy mija, pa que no sigais de celosa diciendo que leo al corly y a vos no!! Pues debo decir que resulta muy grata esta costumbre moderna de los blos. Y mas grato aun resulta que sean uds los que escriban y yo el que lea, uds se desnudan y yo veo y juzgo, que tal?? Parcializado o subjetivo me dirán (el que este libre de pecado que hable güevonadas), pero los que mas disfruté de los que tuve chance de leer fueron el del concierto y el del olor mañanero a pastelito. Para muchos estudiosos el fenómeno de las sonoridades que nos acompañan día a día debería ser (y ha sido) objeto de estudio para los músicos. No resulta fácil detenerse a escuchar (de la misma manera que hoy nadie se detiene a mirar, a decir, a hacer) cuando uno vive en ciudades complicadas; pero es cuando mas falta hace estar atento a las sorpresas bellas, porque las necesitamos mas que nunca. Que dicha el descubrir entre concreto una orquidea, entre el río de letras una combinación que forma un poema y entre la gente una loca parada en el medio de una calle descubriendo un concierto...Salud!!
Y en cuanto a los pastelitos hay poco que pueda decir. En mis años en Caracas pocas personas he conocido que sepan entender la diferencia entre un simple pan con queso y uno de indio mara preparado con queso cebu y suavizado en baño de maria, no saben distinguir entre un buen pernil y la mierda que venden aqui (casi siempre)...en fin, para que perder tiempo tratando de explicar la magia de la papa con el queso dentro de un pestelito. Nos lo guardaremos con los otros dulces secretos de nuestro terruño. Un abrazo pa vos!!
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