El título de la historia de hoy estaba en mi cabeza desde hace años. Llegó sin pedir permiso en los días de la universidad, donde ése era el único olor a kilómetros de distancia, sobre todo si tenías clases a primera hora.
Me dije en aquel momento que escribiría algo con ese título algún día, cuando la excusa fuera muy buena. Pero como todo, lo fui olvidando, hasta esta mañana cuando al caminar sentí el olor del que está fuera de su casa.
Mientras venía al trabajo, como todos los días, la puerta de un típico bar de Madrid se abrió para dejar salir a un grupo que acababa de salir del típico “cafelito” de media mañana. Con ellos salió el ya acostumbrado (para esta nariz mía) olor a tabaco y aceite que se respira en ellos como un rito obligatorio, como la marca inequívoca de pertenecer a esta ciudad, para darme una bofetada de ubicación. Fue en ese momento en el que el olor a pastelito apareció en mi cabeza, intenso y provocador, como en aquellos días en los que el sueño me impedía ponerme la franela como Dios manda y salía –etiqueta por delante- a mi clase de cada mañana.
Desde entonces, han pasado unos cuantos días, nombres, momentos, y miles de cosas de las que no lo recuerdo todo. Sin embargo, el olor a pastelito sigue aquí, conmigo y aparece en las mañanas invernales de esta ciudad. ¿Qué tendrá la papa con queso que hace nunca la olvidemos?
Me dije en aquel momento que escribiría algo con ese título algún día, cuando la excusa fuera muy buena. Pero como todo, lo fui olvidando, hasta esta mañana cuando al caminar sentí el olor del que está fuera de su casa.
Mientras venía al trabajo, como todos los días, la puerta de un típico bar de Madrid se abrió para dejar salir a un grupo que acababa de salir del típico “cafelito” de media mañana. Con ellos salió el ya acostumbrado (para esta nariz mía) olor a tabaco y aceite que se respira en ellos como un rito obligatorio, como la marca inequívoca de pertenecer a esta ciudad, para darme una bofetada de ubicación. Fue en ese momento en el que el olor a pastelito apareció en mi cabeza, intenso y provocador, como en aquellos días en los que el sueño me impedía ponerme la franela como Dios manda y salía –etiqueta por delante- a mi clase de cada mañana.
Desde entonces, han pasado unos cuantos días, nombres, momentos, y miles de cosas de las que no lo recuerdo todo. Sin embargo, el olor a pastelito sigue aquí, conmigo y aparece en las mañanas invernales de esta ciudad. ¿Qué tendrá la papa con queso que hace nunca la olvidemos?
4 comentarios:
Amiga!! navegando por el blog se Susana no podia creer que lei tu nombre en el blogroll, han pasado tantos años que ni recuerdo en que lugar coincidimos por ultima vez, (solo se que fue en Venezuela)para mas sorpresa me entero que estas en Madrid, seria chevere si nos vemos algun dias de estos ya que aunque estoy de regreso en Maracaibo, me voy a Madrid este mes de Marzo. Un abrazo
el chivo
Oscar perfetti d'Empaire
Fue inevitable leer ayer a Pilar y no trasladarme a 10 años atrás... La razón? El bendito olor a fritanga de la universidad. Un olor tedioso, domestico, natural, habitual... No pisábamos muy bien la universidad cuando ese olor en cuestión de un simple pestañeo se colaba por nuestras narices con la ayuda de la suave brisa mañanera que se deslizaba y golpeaba sutilmente nuestro ser. Y entonces yo empezaba a odiar ese olor, como tantas veces, como todos los días...
Mis razones? Las resumo en que ese olor invadía cada centímetro de la ropa que llevaba puesta, lo que, sin quererlo, me convertía en una especie de pastelito con papa abundante... Y aunque para mí la memoria es muy mala. Sobre todo porque en ocasiones la percibo como una especie de enemigo íntimo. Hoy quisiera intentar rescatar de la borda algunos recuerdos importantes que llegan con el bendito olor a fritura que Pilar me hizo recordar ayer... Hoy una vez más recuerdo que hay sabores y olores que definitivamente, evocan mi niñez. Cuando me llevo a la boca un alimento familiar o mi mente recuerda un olor de inmediato se produce en mi mente sensaciones placenteras que van acompañadas de una serie de imágenes sueltas capaces de revivir mi pasado.
Tal como me lo hiciste recordar ayer Pilar... Fue inevitable no recordar ese olor y con él cada uno de los momentos compartidos en la universidad. Pero no sólo esos sino aquellos que gracias a la universidad fueron una especie de valor agregado como las populares y consecuentes reunideras en tu casa –con pizarrón y tiza en mano- para estudiar morfosintaxis del castellano. Eso sin mencionar los “desnargues” en el bohío del viejo Ricardo o en la pequeña tasca del viejo Enrique. O la vomitada del año de Fabiola después de una noche de tequilas mientras hacíamos el intento de estudiar... Y sobrarían recuerdos... importantes que pueden o no venir al caso como muchos de nuestros viajes.
No sé porqué más de uno tendemos a asociar los olores y sabores con un sentimiento de seguridad y confort. Los sabores y olores definitivamente influyen, de manera muy
poderosa, en mis emociones. Anoche acostada en la comodidad de mi cama me estremecí, fijé mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior mientras recordaba el olor a fritanga de la universidad. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba... Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. Y de pronto los recuerdos surgen y con él las contradicciones. Por primera vez me hubiese gustado que no sólo mi ropa sino mi piel, mi cabello... estuvieran impregnados del olor a pastelito que caracterizaba el ambiente de la universidad.
Y hoy después de tanta pensadera descubro que ese olor es el que caracterizó parte de mis mejores etapas junto con mis amigos. Esto es nostalgia. Todo aquello que me motiva a traer los recuerdos al presente. Es el resultado natural de vivir las diferentes etapas de la vida. Lo importante de ese olor es que me hizo recordar, incluso, los detalles precisos cuando en casa de mis padres nos reuníamos mis mejores amigos: Pilar, Leonte, Mildred, Mexi, Fabi... y nos sentábamos juntos a comer los deliciosos tacos -que Myrhen solía prepararnos y que lo sigue haciendo cada vez que voy a la casa-, con esa sensación de seguridad que da la estabilidad momentánea de contar con todos mis amigos.
Esos detalles, indiscutiblemente, caracterizan un tiempo y un lugar que, probablemente , entre ayer y hoy he tratado de recrear en el inconsciente. Al menos, descubrí que ése es el estado de seguridad que sentí anoche cuando mi nariz sintió el olor a pastelito o el que siento cada vez que como tacos preparados por mi adorada hermana.
Me hiciste trampa Pilar, porque es por lo general cuando tengo problemas de algún tipo cuando tiendo a idealizar el pasado y mis anhelos nostálgicos aumentan. Es una manera de recordar el “paraíso perdido”. Y esta mañana haces que sienta una sensación de pérdida, al no poder en este instante “congregarlos a todos” no sólo porque nosotros hemos cambiado, o porque algunos de ustedes ya no viven en el país, sino porque he idealizado aquello que era “perfecto”.
Definitivamente, hoy entiendo, que la nostalgia se convierte en algo placentero, pero que me puede hacer mucho daño. Sin embargo, lo que me hace posible regresar a salvo con la mente a un tiempo seguro es la posibilidad de seguir disfrutando de un presente pleno.
Gracias Pilar... Pocas veces como en esta oportunidad es bueno que hayas hecho trampa...
Un beso
Siendo yo una maracucha de 50 años quien salió de Maracaibo a los seis años, yo también recuerdo el olor a pastelito porque cerca de mi casa los preparaban.
Cada vez que regreso a Maracaibo lo primero que quiero comer es pastelito, porque ese olor es exquisito, agradable y me permite recordar las veces que mi padre nos llevaba para que comiéramos en el desayuno o de merienda a las cinco de la tarde.
¿Cómo olvidar ese olor que me permite recordar buenos momentos junto a mi padre y hermanos?
Qué pequeño es el mundo. Vengo de leer el blog de Villamediana y ví el link de este blog. He entrado a él como quien anda por una calle hacia su destino, encuentra la puerta abierta de una casa curiosa y no teme en fisgonear. Y fisgoneando me he interesado por la anécdota de los pastelitos en la mañana porque resulta que yo también siempre he querido escribir sobre ellos y su peculiar olor a aceite reciclado quinientas veces. Mi casa de Maracaibo queda en la calle 69 con avenida 13, quienes sepan, mi hogar queda a pocos metros de las empanadas Calle Vieja. Ese aroma del que hablas, típico de las primeras horas en la facultad, a mi me ha perseguido desde el comienzo de la mañana cuando todavía estaba oscuro, y yo acurrucada en mi cama, disfrutando cual morsa pero para desgracia mía tengo liviano el sueño... y pues me despertaba por el bendito olor de Calle Vieja. Qué negocio tan puntual, Señores, qué éxito. Todos los días, sin falta, la estela de pastelito recién hecho llegaba a mi ventana para darme los buenos días. Tanto que me fastidiaba porque cómo le gusta a uno una fritura vale... pero como yo tengo el estómago medio chueco, no me quedó otra que agarrarles rabia. Ahora que no estoy en esa ciudad, sino en Carolina del Sur... carajo el olor a pollo frito está por todos lados! Esta gente come todo frito, inclusive uno de los postres más cotizados es el Milky Way frito!!! De pronto Maracaibo se me hizo tan gourmet... NT
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