Hace unos días comencé a leer este libro de Ejercicios de Estilo de M. Queneau. Se basa "simplemente" en 99 formas de escribir la misma historia. Las posibilidades van desde su archiconocidas frases del estilo "Doukipidonktan" de la querida Zazie, a formas más complejas como decimonónicos y demás hierbas.
Propongo entonces desde esta pequeña ventana un ejercicio de estilo a lo Queneau. Yo escribo la primera historia y queda de parte de ustedes las posibles versiones. No tengan miedo que hay espacio para todos, ok?
Aquí voy:
El viernes pasado decidí pasar un fin de semana alejada del ruido propio de las ciudades, así que, maletita de rueditas en mano, fui a la estación de autobuses más cercana para comprar un billete ida y vuelta al destino que saliera primero de la terminal.
Mientras esperaba para subir al autobús, me di cuenta de que un hombre me miraba. No era muy joven o atractivo pero definitivamente resultaba interesante. Cuando por fin anunciaron por megafonía la salida de mi autobús, subí a mi asiento. Él ya estaba sentado, junto a la ventana, al lado del que sería mi asiento hacia una ciudad desconocida.
À vous mesdames et messieurs!!
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Viernes en la noche. Cansada del ajetreo de la ciudad, decido tomarme el fin de semana libre. Voy a la taquilla, y compro un boleto de ida/vuelta, el taquillero me pregunta el destino, yo sencillamente le digo que me de un boleto en el próximo autobús que salga. Extrañado, me extiende el boleto con cierto temor, yo le devuelvo el gesto guiñándole el ojo.
Siento el peso de una mirada que me recorre con detalle. Levanto la vista, buscando al dueño de la mirada que me hace sentir tan incomoda. Un hombre me observa desde una esquina. Le devuelvo la mirada, y una sonrisa cómplice.
Empiezo a caminar hacia la dársena desde la cual saldría mi autobús, siento que me siguen. Me detengo, y alguien tropieza conmigo, no de manera accidental, más bien premeditada, con mucha suavidad.
Hola, preciosa, me susurran al oído. Siento un hormigueo en el estomago, mi cerebro le ordena a la cabeza que gire en la dirección del susurro, pero está no responde. Me quedo de piedra. Solo se me ocurre responder con un seco Hola, y comienzo a caminar nuevamente. Las piernas me tiemblan, una gota de sudor recorre mi frente.
Al fin llego al andén de donde partirá mi autobús. Me dirijo al compartimiento de equipaje y deposito mi pequeña maleta. Subo al autobús, distraídamente voy revisando con la mirada el numero de los asientos hasta que llego al que me han asignado. Al bajar la mirada, allí estaba él de nuevo, observándome como lo había hecho antes.
Cutican cutisa cutida cutide cutila cuticiu cutidad cuti fui cutia cutila cuties cutita cuticion cutide cutiau cutito cutibu cutises cutiy cuticom cutipré cutiun cutibi cutille cutite cutial cutiprócutixi cutimo cutides cutiti cutino. Cutien cutiton cutices cutiun cutihom cutibre cutique cutitam cutibién cuties cutipe cutira cutiba cutico cutimen cutizó cutia cutimi cutirar cutime. Cutimas cutitar cutide cutilo cutivi cutinue cutivo cutijun cutito cutia cutimi cutia cutisien cutito. Cutino cutisa cutibí cutia cutiqué cutiha cuticer.
"Me iría a Colima, en México" le dije al señor de la taquilla, que me miraba extrañado "pero en autobús no se puede llegar, así que mándeme en el primero que salga, a donde usted quiera"
Con la sonora carcajada del que ya no se asombra de nada, me dio un billete del cuál sólo miré el andén de salida.
Sobre mis distraídos pensamientos y las rueditas de mi pequeña maleta, me acerqué al pasillo donde los viajeros solitarios hacen cualquier cosa por parecer ocupados, mientras llega el autobús. Pero había un hombre allí, quizás tan perdido como yo, o con la certeza de que yo lo estaba, que me miraba fijamente sin pretender nada más. Su rostro no era bello ni feo, pero sin duda interesante. Me ruboricé.
Mi padre decía (como les dicen a todos los niños) que si deseas algo con mucha fuerza, se cumple. A mí nunca me había dado resultado hasta hoy, cuando al subir al que sería mi vehículo a un lugar desconocido, este hombre subía su mochila en mi fila de asientos, donde sólo había dos puestos.
Hasta los muertos se cansan, por eso de vez en cuando me voy de vacaciones. El viernes pasado decidí agarrar el autobús para ir a la playa. En el terminal de la Greyhound compré un billete de ida y vuelta: aunque me gusta Pensacola, estoy acostumbrada ya a la morosa tranquilidad de esta ciudad. Me senté a esperar cerca de la puerta de salida, no lejos del baño, frente al teléfono público negro y rectangular como una urna. Fue entonces cuando me di cuenta de que el tipo, el mismo tipo de siempre, me miraba.
Se movía con tranquilidad cerca de la taquilla, sin quitarme la vista de encima. Tenía la camisa de rayas y los pantalones verdes, manchados, que había usado repetidamente. Justo cuando anunciaron la salida del autobús número trece entré a lavarme las manos. Las manos, qué curioso. ¿Será normal que en este estado a una le suden las manos?
Al subir al autobús sólo había un asiento vacío, como aquellos días. Casi todo se repitió como en el sueño: paramos a comer en el mismo restaurante, el tipo me contó la misma historia, el autobús se accidentó en el mismo paraje oscuro y arbolado adonde el hombre me empujó de nuevo. Cuando sacó la navaja, opaca, afilada, mediana, supe que otra vez me iba a tocar quedarme con las ganas de nadar y tomar sol. Quién sabe, a lo mejor en mi próximo intento se rompa esta magia desoladora y brusca.
Yo no era espia. Yo no era astronauta... Pero ya no queria guardar secretos, ya no queria navegar entre las estrellas. Hui de las casas de adobe y las playas con filos de coral, hui de los señores con anuncios de carton colgando de sus cuellos en los que piden migajas de un sueño, señores ancianos que cargan mil sacos de pulgas, niños que acumulan agua en sus estomagos, mujeres de corazones rotos, hombres que no usan los cubiertos...
Hui.
Mis zapatos llenos de arena, el tren que estaba por llegar... me quito los zapatos y salpico de arena al hombre que esta a mi lado o paso un viaje incomoda con la arena colandose entre mis dedos, internandose en mis unas para siempre? Que debo hacer, que debo hacer? Me quito los zapatos... uno primero, alzo la mirada y ahora que estoy mas relajada, sin la trampa de arena a mis pies... lo observo. Intensa y detalladamente. El otro pie despues, lanzo la arena a los rieles que se estan comenzado a activar... ya escucho el tren...
Subo las pequenas escaleras de metal como en un sueno, un senor de uniforme azul me indica hacia donde debo ir. Tengo las lineas de expresion y el cabello rojo del extrano danzando frente a mi. Me siento sin saber de que color es el asiento, sin saber si hay cortinas o no... Abro los ojos mil veces y alli, junto a mi, esta el de nuevo.
Este sera un largo viaje.
Para todos se llama Moliere, como el actor francés que generó toda una obra literaria en torno al teatro universal. Pero su nombre es Manolo, lo supe aquel viernes a mediodía en la estación de autobuses donde fui a comprar un boleto ida y vuelta a una ciudad que pudiera ser capaz de brindarme lo que Madrid me negaba...
Esperaba el llamado para abordar el autobús cuando sentí que unas brumosas pupilas literalmente se estrellaron contra mis ojos. Se trataba de un hombre que mantenía una figura recta, con cabellos de resplandeciente blancos que lo convertían en un tío atractivo. Y aunque fingí una seguridad ultrajada al responderle su mirada no fue mucho el tiempo que pude mantenerla. Al dejar de mirarlo durante un tiempo largo lo perdí de vista.
Aún así no podía dejar de pensar en ese hombre, en cuestión de segundos lo dejé atravesar mis ilusiones y habitar mis anhelos con su insaciable amabilidad que descubrí cuando, segundos más tarde de abordar el autobús, descubrí que viajaría a mi lado.
Manolo durante nuestro viaje no permitió un diálogo rígido ni esquemático. Se paseaba de idea en idea. Algunas sin concluir. Recordando y concretando en su oralidad lo que mejor le parecía. El autobús llegó y con él la despedida con aquel hombre que no cesó un segundo en vociferar sus historias.
Hoy regreso nuevamente a la estación de autobuses con la intención de comprar un tique idea y vuelta quizás al mismo destino, con la ilusión de coincidir con el mismo compañero de viaje de hace 15 días. Pero hoy no está. No se deja ver. Sólo me ha dejado un sutil recuerdo, algunos silencios sobre todo cuando su breve sombra me invade y moja mis labios.
Siempre le he dicho que no sea tan complicada, que la vida es corta y que hay que disfrutarla, que es bueno ser impulsivo y lanzarse a la aventura. Esta mañana despertó y, luego de tomar su acostumbrado café, decidió tomar el tren al primer destino disponible. Quedé sorprendida la verdad, pues mientras la observaba, luchaba contra él, que vociferaba lo irreparable de la acción, equiparable a locura sin igual mientras dejaba el triste eco de... regresa... no lo hagas... Casi temblé, pues dudó cuando debía sacar algunas monedas de su bolso para comprar el tiket. Creo que le tomé la mano, casi la sentí; finalmente obtuvo el cartoncillo. Mientras aguardaba el llamado de embarque, otra vez él, una vez más y con su acostumbrada compañia de malos pensamientos... de nuevo estuvo a punto de abandonarlo todo, llegó a pensar cosas como que alquien con gripe subiría al tren y la contagiaría y no podría ir a trabajar a su regreso, incluso, que alguien robaría su bolso, que un marroquí la perseguiría al llegar hasta venderle hasta sus medias, que no empacó la crema dental... y tantas cosas más. Yo siempre sigo apostando por su felicidad, de modo que al sonido del altavoz la empujé hasta su asiento en el vagón. Pensaba en mi brusquedad cuando de pronto sentí ese cosquilleo que provoca sudor y ese saltito en el "cuore" que sólo provoca la mirada de un hombre. Después de eso tuve una larga y placentera quietud. Ella susurró: todavía tengo una oportunidad... Él tuvo que acostarse a dormir. Todavía pienso, con egoismo premeditado, ojalá nunca despierte.
Me había pasado la semana pensando en la magia de ese día; adonde iba pensaba en ese par de sílabas como si fueran un mantra: “viernes”, “viernes”. El viaje hasta la playa era casi siempre el comienzo de la aventura. La visita a la estación de autobuses, populosa y sucia, me servía de sacudida (suelo ser solitaria y organizada como una viuda sin mascotas); y, en general, siempre me toca algún compañero de ruta gracioso, salaz e imaginativo: así ha crecido mi propia experiencia del mundo. Pero a última hora me obligaron a quedarme en la oficina con una babel de informes y proyectos que debía revisar.
Hoy es sábado y está lloviendo a cántaros.
la versión maracucha...
Primera quincena del mes y cayó en viernes. Ohhh y la iba a pelar. Salí de la oficina y me dije: "ah verga, me voy par'coño. Ando cansao de llevar tanta verga del mardito del señor Rincón."
Agarré un micro que me dejó en San Jacinto pa ir pa casa de Irving. No estaba, pero con la verga y me quedaba. Si me quedaba, seguro que mamá empezaba a joder con que la llevara al callejón y al Sambil y quien se aguanta ésa. Nooooo mijo, yo me voy pal terminal y agarro el primer expreso y par coño.
Llegué al terminal a las seis y cuarto. Había tremendo cogeculo montao porque a una señora que iba con una lycra más ajustada de lo físicamente posible, le habían bajao los pantalones y cuando ella, al reaccionar para subírselos, soltó los bolsos, no los vio más. Y bueno, entre la gente muerta e la risa y los gritos de la vieja arrecha: “Marditos los ladrones y marditos estos pantalones”, no había quien pusiera orden.
Total, que entre una cosa y otra, vi que salía un bus pal Supí y allá te fui. Mientras esperaba que saliera, vi a una coña que también compró el pasaje. Me puse a “buciármela” y la coña se hacía la loca pero eso le duró poquito porque nos tocó juntos en los asientos. Ay mi madre, tanta calne y yo sin diente. Este viaje promete….
Él ya estaba sentado en el puesto número 15 al lado del que sería mi asiento hacia una ciudad desconocida por mí apróximadamente en un 92%. Cuando por fin anunciaron por megafonía la salida de mi autobús Mercedes Benz placa 80967, subí a mi asiento 16. No era muy joven (como de unos 42 años) o atractivo (6 del 1 al 10) pero definitivamente resultaba interesante, le calculé 3.5 de G.P.A. Mientras esperaba 7 minutos para subir al autobús, me di cuenta de que me miraba en un ángulo de 60 grados. Mis ojos correspondían a los suyos con unos 48 centígrados, mis labios pronosticaban la humedad en un 55%. El bus prometió disolverse al cabo de 13 minutos y 52 segundos, cuando yo acabaría vacacionando sobre los 189 centímetros cúbicos de su cuerpo.
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