jueves, marzo 30, 2006

Pecados mortales (o Declaración de Guerra a los postres barrocos)

Hace un rato comí un sobao pasiego, esa obra de arte cántabra en forma de bizcochito rectangular que combina a la perfección, harina de trigo, azúcar, huevos, leche, mantequilla y la paciencia de manos expertas para terminar en un festín para los sentidos.

Estoy segura de que la sencillez es parte de su genialidad. Dulce en su justa medida, al igual que los bombones y el pastel de manzana con canela que tanto me gustan. Creo firmemente que lo barroco en los postres se paga caro (en calorías y casi siempre, en precios).

Me gustan los postres rasos, sin tanta parafernalia. Nada de merengues ni cremas pasteleras. Para mí no hacen sino esconder el verdadero sabor de un plato dulce. Los frutos secos, por el contrario, los considero complementos perfectos en prácticamente todos los casos. El Snickers es el ejemplo perfecto en este punto específico, al menos así lo han expresado mis papilas gustativas (les acabo de preguntar). Otra buena combinación son algunos bañados en una capa de chocolate (aquí ellas han recomendado la cheesecake de Jeffrey’s para los maracuchos y la tarta de queso con capa de chocolate de Trinidad del Jardín Secreto por decisión unánime para los españoles). En Caracas, sin lugar a dudas la brownie cheesecake de la Saint-Honoré y en Biarritz, mi voto va al gâteau basque.

He pensado hacer un postre con tulipanes… Se escuchan ideas (sencillas, por favor)

miércoles, marzo 29, 2006

La triste y maravillosa historia de Aitor, el boxeador

Aitor no quería ser boxeador. Cuando era un niño, soñaba con arreglar el mundo sembrando flores en todas partes. De más está decir que Aitor no era un chico muy popular. Había crecido bajo la influencia de una madre vegan-hippie de niveles peligrosos y la ausencia de su padre, que había salido volando el día que alcanzó el nirvana, o al menos eso fue lo que le dijeron.

Un día, Aitor estaba plantando unas semillas en un parque cercano a su casa, al tiempo que hacía su aclamada danza de la primavera. No sabía que ese día su vida llena de flores, se torcería en otra, llena de dientes, sangre, moretones y fracturas.

Tres niños, más o menos de su edad, miraban desde lejos la escena. Iker, el más alto de ellos, tenía la cara llena de pecas y no podía contener la risa de ver a ese niño haciendo “mariconadas”, porque así decía su papá: “los niños que bailan son maricones”. Ante semejante deshonra de la masculinidad, Iker tenía que hacer algo. Convenció a sus secuaces de dar una lección a Aitor, que en esos momentos aún no se percataba de que tenía compañía.

El trío se acercó sigilosamente por detrás y mientras Iker lo agarraba por detrás, los otros aprovecharon para encontrarse con su víctima frente a frente y darle algunos puñetazos hasta dejarlo exhausto.

Fue entonces cuando Iker lo soltó y lo dejó allí tirado en el suelo arenoso que al mezclarse con la sangre que salía de su boca, formaba una especie de mapa.

Desde entonces, Aitor soñó con ser boxeador. Hace dos días ganó su último combate antes de retirarse. El contrincante era “El torbellino”, pero sus amigos lo llamaban “Iker, el Pecas”. Murió en el ring.

martes, marzo 28, 2006

Rojo

Cuando me desperté esa mañana, todavía tenía el sabor de su sangre en la boca. No era desagradable, pero sí un poco raro, sobre todo porque nunca antes me había interesado ese líquido que recorre los cuerpos humanos hasta el último aliento.

En fin, no había mucho más qué pensar. Él me lo había pedido y yo obedecí como siempre, segura de que sería inolvidable, como él lo había dicho justo antes de pasar por su muñeca la hojilla asesina con una frialdad que nunca había visto.

Todo había comenzado una tarde, como pasamos muchas, cuando veíamos una película cualquiera de domingo, para excusar el hecho de abrazarnos y decirnos esas cosas que la gente dice en esos ratos. “Si de verdad me quisieras, tomarías mi sangre”, dijo. Recuerdo que me reí y él no dijo nada. Sólo me abrazó un poco más fuerte y me dijo que me quería.

Los días pasaron y yo incluso había llegado a olvidar aquella propuesta absurda. Sin duda, él no.

Así llegó la fatídica noche de nuestra despedida. Él me ofreció su sangre y yo la tomé como la gran prueba de nuestro amor.

Y sigo sintiendo en mi boca, cuando menos lo espero, ese sabor raro que es sólo suyo. Inolvidable, sí…

lunes, marzo 27, 2006

El músico

Jueves por la noche. El metro va como siempre. Gentes de todos los colores, sabores y olores nos juntamos en esa especie de baile obligatorio que supone la llegada a cada estación. Fue en una de ellas que conocí al Músico.

Yo había subido desde hace rato y me contentaba con mirar las manos de la gente a mi alrededor. Es una costumbre que tengo. Creo firmemente que las manos cuentan más historias que las palabras muchas veces. Te dan pistas.

En ésas estaba cuando al llegar a una parada, el Músico (a quien no había mirado todavía), comenzó su espectáculo. Comenzó por ceder su asiento a una anciana. Así disfrutaría más cómoda lo que seguiría. Y entonces se abrió el telón.

Todavía no sabría decir si lo que tocaba el Músico era un cello o un contrabajo. Sus dedos eran bastante gruesos, pero no lo sé. El Músico no tenía instrumentos, sólo una de las barras del metro de los que la gente suele agarrarse para no caer en el baile. Él aprovechó que nadie estaba cerca y comenzó una interpretación silente que para mí sonaba claramente a través de sus manos y de su atención a la ejecución.

En algún momento se dio cuenta de que lo miraba y sonreía sin dejar de tocar. Así estuvo hasta que llegué a mi destino. Lo miré mientras el metro salía de la estación. Él seguía tocando: rubio, con calva incipiente y unos ojos azules que te desarmaban hasta que desapareció en el largo dragón del País de Wu Ming.

viernes, marzo 24, 2006

HOMENAJE A LA VIEJA DE LOS MANGOS

De los Puertos de Altagracia
Una voz inconfundible
Resuena, y no es un tango
Es la vieja de los mangos
Que se oye hasta en Malasia
No puede con su arrechera
Con los putos mardecíos
Pues le tumbaron la cerca
Y no es que sea muy terca
Pero es que hay que entenderla,
Ella cree que esa casa lo que está es vuelta verga
Y ni el perro mardecío se acerca.

La vieja está muy arrecha,
Ya no sabe qué sentir,
Ni el veneno de una mapanare
Puede hacerla desistir
De insultar a esos marditos que se merecen morir.

Por: Lulú y Pilar

jueves, marzo 23, 2006

WALKING AROUND

WALKING AROUND
SUCEDE que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran lentas lágrimas sucias.

Pablo Neruda

miércoles, marzo 22, 2006

Las posibilidades del Vagón Orquesta

Mi amigo Pelayo es, aparte de un buen amigo, un excelente dibujante y guionista. Hace tiempo que no nos vemos, pero ayer lo recordé mucho por su tira cómica del Vagón Orquesta. En tres momentos, contaba que cada día, los músicos que van en el metro, de vagón en vagón ofreciendo su música a cambio de monedas, llegan al último vagón. Allí se reúnen todos en la noche para montar su propia orquesta y alegrar las penas propias con música de todos los sitios y de cualquier instrumento.

Recordé el Vagón Orquesta cuando volvía del trabajo. Entré, sin darme cuenta en el último vagón pero no estaba ningún músico. En su lugar, estaba un grupo de cuatro muchachas y tres muchachos que conversaban animadamente. Me fijé en ellos por dos cosas: Uno de los chicos tenía una cámara de video en la mano y otra de las chicas, una maleta de ésas plateadas como para guardar luces. No parecía que hicieran nada especial, hasta que sonó el acostumbrado pito que indica que el tren ya arranca.

En ese momento, dos chicas y tres chicos se colocaron uno al lado del otro, al mejor estilo de barrera de fútbol, para tapar lo que la chica de la maleta plateada hacía: desnudarse hasta quedar en ropa interior y ponerse otro atuendo encima mientras el chico de la cámara lo registraba todo. La suerte no la acompañó por completo. Todavía no había tenido tiempo de ponerse la camisa cuando apareció la siguiente estación y entraron nuevos pasajeros que apenas vieron un poco de piel desnuda en estas épocas del año, dejaron su libro y se dedicaron a observar entre las rendijas humanas.

Siguiente parada: Misión cumplida. La chica logró completar la metamorfosis y aparecer con una camisa blanca, falda corta negra, medias de red y tacones. Hizo como que recogía las cosas y las metía de nuevo en la maleta y finalmente, caminó hacia la cámara. Siguiente secuencia: la protagonista debía salir del vagón no sin antes seducir a una pareja. Se dirigía a ellos, acariciaba la barbilla de él pero finalmente besaba a ella. Practicaron una o dos veces antes de “hacer la buena”, que coincidió con la llegada del Metro a Sol (correspondencia con Línea 1 y 2), la más concurrida a cualquier hora. Los impacientes pasajeros que, como siempre, se peleaban por entrar, abrieron la puerta y quedaron bastante impresionados con la escena. Yo salí por otra puerta pero pude ver la secuencia completa. El sueño del 99% de los hombres. El hombre del libro estaba que ya no podía con el placer que le producía la escena.

Seguí mi camino a la casa y luego pensé que tal vez estos chicos pudieron haber esperado algunas horas. Seguro todo hubiera quedado mejor con un fondo musical…

martes, marzo 21, 2006

El difícil oficio de quejarse

Es un hecho. El deporte nacional de este país no es el fútbol. Sé que esto puede resultar decepcionante para los ciegos seguidores del Madrid, Barça o el Mallorca (al que yo apoyo porque allí juega Arango), pero es mejor que lo sepan ahora y se ahorren dinero en los souvenirs correspondientes. El deporte nacional de España no es otro que QUEJARSE.

El origen de esta tradición es para mí desconocido. Lo que sí está claro es que es lo suficientemente antiguo como para que esté presente en todas las generaciones independientemente de su color político o de piel, religión, equipo o cualquier otra clasificación que exista.

Eso sí, para quejarse “à l’espagnole”, hay que entrenarse. No todos estamos capacitados genéticamente como lo están ellos para ver en cualquier situación lo peor de ella y decirlo a viva voz. Es como dice Lourdes: “si les cae una montaña de euros encima, se quejarían porque pesa mucho”. Ella habla por la experiencia de sus muchos años de este lado del charco, pero ciertamente es algo que a la mayoría de los que vivimos aquí nos llama la atención desde el principio. Eso, y el “me da igual”, la frase que tanto desquició a mi amigo Carlitos, que no podía entender cómo a alguien todo le podía dar igual. “La vida no te puede dar igual”, decía con esa voz aportuguesada de sabio milenario que siempre lo ha caracterizado.

Ahora bien, yo me pregunto: el hecho de escribir estas líneas, ¿no es una queja en sí misma? Me quejo de que se quejen y por otro lado digo: “bueno, estoy en mi derecho, estamos en un país libre y me puedo quejar todo lo que quiera”. Y recuerdo aquella frase de “quejarse es una de las pocas cosas que todavía es gratis”. Y es verdad, así que no se quejen…

PD: Creo que parte de la natural tendencia maracucha de la hiperbolización, puede tener su origen aquí. Los invito a quejarse y a exagerar quejándose todo lo que quieran.

viernes, marzo 17, 2006

La resurrección de la carne

He vuelto. Más silenciosa que como me fui y sin saber por cuánto tiempo, pero he vuelto y es lo importante. Parece que finalmente el conocido proceso de cicatrización se ha instalado en las paredes de esta faringe que nunca había sufrido tanto como ahora. Incluso el oído, inocente de todo pecado fue víctima de todo este desmadre infeccioso que parece remitir poco a poco.
"Usted tiene una faringitis aguda", dijo el médico de guardia en el centro de salud de emergencia al que fui. Pero ni siquiera el diagnóstico me sorprendió tanto como el hecho de que este mismo centro, que se dedicaba a erradicar la adicción al tabaquismo durante el día, oliera tanto a tabaco. Un tabaco que acababa de apagar el hombre que me pidió los datos cuando entré el martes por la noche.
Ha sido, sin embargo, un experimento interesante. Encontrar nuevas formas de comunicación siempre resulta un reto. Ciertamente, la libreta facilita mucho las cosas, pero a veces la pereza las dificulta y te decantas por las manos, los gestos y descubres que es posible que sobrevaloremos la oralidad. Pero claro, esto lo dice alguien que se encuentra bajo el efecto de tantos antibióticos y analgésicos a quien de hacerle una prueba de dopaje, le prohibirían participar en cualquier disciplina deportiva por siempre jamás.
PD: Ya saben todos que los viernes no escribo pero en vista de mi ausencia de los últimos días, espero que esto pueda paliar un poco el silencio al que me veo obligada...

martes, marzo 14, 2006

Disculpas bloggeras

Hola a todos....

Después del revuelo de las porno historias de Henmy y Fabiola, que han subido la temperatura de este blog (ver el post de la de la muerte chiquita) , aprovecho para invitarlos a todos a que lean y se atrevan como ellas a contar lo que quieran y disculparme porque hoy no habrá post.
Estoy enferma y posiblemente me vaya en un rato a la casa, pero espero estar mejor mañana para seguir bloggeando....
Esto no quiere decir que puedan dejar de escribir, ahí les dejo lo de siempre, para que sigan opinando, ok?
Besos y aprovecho para dar las gracias a mis queridos lectores que son una belleza todos.
Pilar

lunes, marzo 13, 2006

Conciertos callejeros

Hay veces en las que la falta de tiempo, el apuro, el cansancio o simplemente el caos propio de las grandes ciudades, te impiden apreciar la belleza de ciertos lugares, la magia de un momento.

El viernes pasado supuso en ese sentido una revelación. Como era viernes, salí más temprano que el resto de los días y decidí adelantar unas compras en el centro. Bajé del autobús un poco antes de la Plaza de Callao. Mientras me acercaba al lugar, lo típico: gente saliendo de algún café o con bolsas de tiendas cercanas, algunas pidiendo dinero de mil y un maneras, turistas en pantalones cortos y sandalias a pesar de que aún hacía frío, hombres anuncio; en fin, nada fuera de lo normal, excepto por un detalle: la música.

La calle Preciados es un pasillo largo lleno de tiendas y hostales a cada lado. Es uno de los sitios más emblemáticos para turistas y nativos por una mezcla de tradición y ubicación estratégica. Conecta La Puerta de Sol con Gran Vía y fue en ese paseo donde, sin buscarlo, me encontré rodeada de música.

Venía de ambos lados de forma indiscriminada pero curiosamente armoniosa. Un acordeonista rumano por un lado, un chino con ese instrumento tan raro que es como un cello pero sin el cuerpo y que nunca he sabido cómo se llama. Más adelante, una anciana –pañuelo negro en la cabeza incluido- hacía girar la manivela de su organillo a cambio de una monedas y un hombre mayor dejaba salir esas notas tan melancólicas que hacen del jazz lo que es.

Estaba absolutamente maravillada: Miraba, sin embargo, a mi alrededor pero no noté a nadie que sintiera lo mismo que yo. Los pasos seguían siendo rápidos, los rostros fruncidos o distraídos, las voces intentaban aplacar las notas que salían de todas partes. Y yo estaba en el centro pero no pude decir ni una palabra. No se debe hablar en mitad de un concierto.

jueves, marzo 09, 2006

Exercices de Style

Hace unos días comencé a leer este libro de Ejercicios de Estilo de M. Queneau. Se basa "simplemente" en 99 formas de escribir la misma historia. Las posibilidades van desde su archiconocidas frases del estilo "Doukipidonktan" de la querida Zazie, a formas más complejas como decimonónicos y demás hierbas.

Propongo entonces desde esta pequeña ventana un ejercicio de estilo a lo Queneau. Yo escribo la primera historia y queda de parte de ustedes las posibles versiones. No tengan miedo que hay espacio para todos, ok?

Aquí voy:

El viernes pasado decidí pasar un fin de semana alejada del ruido propio de las ciudades, así que, maletita de rueditas en mano, fui a la estación de autobuses más cercana para comprar un billete ida y vuelta al destino que saliera primero de la terminal.

Mientras esperaba para subir al autobús, me di cuenta de que un hombre me miraba. No era muy joven o atractivo pero definitivamente resultaba interesante. Cuando por fin anunciaron por megafonía la salida de mi autobús, subí a mi asiento. Él ya estaba sentado, junto a la ventana, al lado del que sería mi asiento hacia una ciudad desconocida.

À vous mesdames et messieurs!!

Chico Migraña


Chico Migraña siempre está de mal humor,
Por mucho que lo desee, no se le quita el dolor.
Lo ha intentado todo, menos el amor
Porque cada vez que una chica le habla, entra en un grave sopor.

Chico Migraña es muy listo, pero aún no logra saber
Si como dice su madre, lo que él debe hacer,
Es encontrar una niña que lo haga enloquecer
y así borrar para siempre todo el dolor de su ser.


Inspirado en el libro “La melancólica muerte de Chico Ostra” de Tim Burton y el pasado glorioso de MTV (cuando era bueno)

miércoles, marzo 08, 2006

La belleza de lo imperfecto, lo impermanente y lo incompleto

He recordado un libro que lei hace años sobre Wabi-sabi, un concepto estético japonés donde la imperfección de los objetos y sus cambios naturales, son los que confieren belleza. Una hoja desde su nacimiento hasta su muerte es bella, puesto que la naturaleza obra en ella y la transforma constantemente.
Las mujeres somos naturaleza y somos seres cambiantes, en constante evolución y por lo tanto, bellas. Las arrugas nos embellecen, la celulitis, las uñas comidas, las horquetillas, las ojeras, los granos en los días de las primeras citas o de las fiestas que hemos esperado por meses, no hacen sino atribuirnos rasgos únicos, irrepetibles, contrarios a esa extraña manía de uniformidad que últimamente está tan de moda.
Ser diferente es ser bella, así que lo digo en este día porque así lo manda ese precepto universal de que el 8 de marzo es nuestro día, pero yo soy diferente y quiero que esto sea lo que celebremos los 364 de cada año. Yo lo único que celebro hoy, es el cumpleaños del Prendo.

martes, marzo 07, 2006

La petite mort o la hermosa agonía

Hace unos días me dijeron que el blog estaba bien, pero que le faltaba un poco de picante. Así que aquí les pongo esta obra maestra de mis tacvbos, ante todo con descuidada elegancia, sobre "el gran momento". A ver si es verdad lo que dicen...

Dame la Muerte Chiquita,
Dame la Muerte Pequeña,
y asi tal vez en tus brazos alcanzaré gracia eterna.

Su esencia de alta marea,
Sus besos de tamarindo,
Sus pestañas dos palmeras a cuyo vaivén me rindo.

Dicen que usted trae las sombras, y por dentro está toda herida.

Dame la Muerte Chiquita,
antes del último sueño,
Una cosa a Dios yo pido,
un segundo ser su dueño.

La venganza es cosa dulce,
y este machete que tengo
es por si alguien le hizo daño que yo por usted me muero.
Es por si alguien le hizo dañoque yo por usted...

Dicen que usted trae la sombras, y por dentro está toda herida.
Por una noche en su lecho, soy capaz de dar la vida.

Café Tacuba (Revés - Yo soy, 1999)

lunes, marzo 06, 2006

"El roncador y yo" o Crónica de un viaje al sur de España

Siempre es lo mismo. Por lo general, cuando viajo, lo hago en el autobús nocturno, así cuando llego a mi destino, tengo todo el día por delante. Eso, en el caso de que no me toque un roncador.

El último fue, con gran diferencia, el más grandioso de todos, no sólo por la intensidad de sus ronquidos sino por todo su desempeño durante el trayecto.

Subí al autobús a medianoche. Me gusta subir entre los primeros pasajeros para ver las caras de los que viajarán conmigo: señoras, comerciantes, familias, parejas y luego gente, que como yo, encuentra en su llegada la razón de ser de tanto trasnocho y paciencia.

Un chico joven, sin ningún rasgo excesivamente especial, que hablaba por su teléfono, pasó a mi lado mientras el desfile tenía lugar. Luego de unos segundos, vuelve. Comprueba que el billete coincide con el número del asiento que está a mi lado y se sienta, mientras sigue su conversación con quien creo yo, es uno de sus colegas”, porque hacen recuento de la noche anterior y de lo buena que estaba “la Mari”, entre las risas y palabrotas propias de la generación macarra que domina buena parte de España.

Cuelga el teléfono y comienza la ronda de mensajes (con el teclado a todo volumen, por supuesto). No me molesta mucho. El viaje no ha empezado y total, estará despidiéndose de sus amigos antes de que el conductor arranque y con él, la película de turno, que seguramente incluirá a Van Damme, ese tío que le debe parecer absolutamente “cojonudo”.

Hasta ese momento, todo va bien y de hecho, el autobús arranca, aunque la película aún no. Esto le viene de maravilla a mi compañero porque comienza a recibir la respuesta a sus mensajes: montones de llamadas anunciadas por John Williams (el tema, el de Darth Vader, en Star Wars). No sabría decir si esta música tenía un significado íntimo para nuestro amigo, pero lo cierto es que lo escuchaba hasta casi el final del tono antes de contestar.

Nosotros, sus compañeros, nos fuimos convirtiendo en sus amigos. Nos metió en situación, explicándonos –sin pedirlo- que sus amigos estaban de cena y que “tío, menuda putada que yo viaje hoy” porque luego harían botellón en la plaza (y por supuesto, estaría “la Mari”).

El viaje continúa. Yo, por mi parte, en mi rol de observadora y escucha de mi vecino, me había percatado de que padecía algún tipo de alergia respiratoria. Y sí, definitivamente, la tenía. Luego de la última llamada (la sexta o séptima, la verdad es que perdí la cuenta), se quedó dormido.

Es bastante raro que me duela la cabeza, pero mi amigo, el roncador, me provocó uno antológico. Como todos los roncadores, comenzó suavemente, como una respiración fuerte que poco a poco fue ganando fuerza hasta que consiguió que todos los que le rodeábamos tuviéramos los ojos abiertos como platos, mientras lo mirábamos con la envidia que se tiene a los soñadores.

En minutos que parecían horas, llegamos a la parada que marca la mitad del camino. Nuestro roncador, más lozano que cuando subió la primera vez, se levantó con la mayoría de los viajeros para comprar algo. Yo me quedé dentro para ver si ese rato de silencio me arrullaba hasta dormirme. Me dije que, como tengo el sueño profundo, si logro adelantármele, tal vez no oiga cuando se reinicie el concierto. Pero no, los conductores iban a llenar de nuevo los tanques y todos debíamos bajar. No había nada qué hacer. Bajé junto al resto de los viajeros, esperé los quince minutos prometidos y reanudamos el viaje.

Tuve suerte y no sé si era el cansancio, el dolor de cabeza o un milagro divino, pero pude dormir. Unas dos horas, prácticamente ininterrumpidas hasta que el impresionante talento del roncador reapareció para dar su do de pecho. Esta vez, sin embargo, quería dejar claro quién mandaba; y luego de unos 45 minutos de sus mejores arias, despertó… con hambre.

Sacó de un bolso la bolsa más grande de pipas que yo había visto en mi vida (semillas de girasol para mis compatriotas) y se dispuso, como en cualquier partido de fútbol que se precie, a morder, romper y tirar al suelo, una a una las semillas, mientras masticaba sin piedad alguna el pequeño fruto seco del interior. Todo esto, aderezado del agradable sonido de la bolsa cada vez que metía la mano para comer uno más.

Eran ya las seis de la mañana cuando finalmente dejó la bolsa. La paz no duraría mucho. La presencia de Darte Vader no se hizo esperar. Traía esta vez más noticias de “la Mari” y el “informe botellón” correspondiente que, por supuesto, resultaba graciosísimo para el roncador, que de nuevo nos daba los detalles de la noche.

Fue entonces cuando saqué mi libreta, encendí la luz y em dispuse a escribir esta historia. No pude terminarla. El roncador me pidió que apagara la luz porque estaba muy cansado y no podía dormir… XXX

jueves, marzo 02, 2006

Amor peliculero

Hoy la verdad no tenía idea sobre lo que podría escribir. Me prometí hacerlo cada día (menos los fines de semana) y hoy, apenas 3 días después de comenzar, iba a romper mi promesa. No contaba con que hoy me iba a encontrar pensando en las consecuencias del amor.

Comenzó cuando al hablar con algunas amigas, me contaron – por separado y sin vinculación alguna- cómo sufren por gente a la que aman y odian al mismo tiempo. Creo que estas dos palabras no son antónimas y se parecen en cómo nos afectan más de lo que a simple y contradictoria vista parecen.

“Quien bien te quiere te hará sufrir”, dice mi amigo Artu cada vez que le cuento algunos de mis dramones amorosos, como cierre a su sesión de consejos, pero ¿es que siempre tiene que doler? Dicen que las películas no muestran la realidad, sino una representación de ella. Es el aspecto platónico de la cinematografía y de nuestra vida. Lo que no es real siempre es mejor que lo que nos toca vivir cada pinche día.

Está claro que todos cometemos (y sobre todo en el aspecto sentimental) muchos, muchísimos errores, con y sin intención, pero a fin de cuentas, igual de dolorosos. A veces me pregunto cómo es posible que alguien se sienta infeliz junto a alguien que ama. Y de nuevo pienso que el odio está más cerca del amor que el cariño.

Con todo, no sé si será el “efecto amélie” en mi vida o qué, pero (y contra lo que piensa mi cabeza), creo que el amor indoloro existe, lo que pasa es que vive en las películas.

miércoles, marzo 01, 2006

Maracaibo en la mañana huele a pastelito

El título de la historia de hoy estaba en mi cabeza desde hace años. Llegó sin pedir permiso en los días de la universidad, donde ése era el único olor a kilómetros de distancia, sobre todo si tenías clases a primera hora.

Me dije en aquel momento que escribiría algo con ese título algún día, cuando la excusa fuera muy buena. Pero como todo, lo fui olvidando, hasta esta mañana cuando al caminar sentí el olor del que está fuera de su casa.

Mientras venía al trabajo, como todos los días, la puerta de un típico bar de Madrid se abrió para dejar salir a un grupo que acababa de salir del típico “cafelito” de media mañana. Con ellos salió el ya acostumbrado (para esta nariz mía) olor a tabaco y aceite que se respira en ellos como un rito obligatorio, como la marca inequívoca de pertenecer a esta ciudad, para darme una bofetada de ubicación. Fue en ese momento en el que el olor a pastelito apareció en mi cabeza, intenso y provocador, como en aquellos días en los que el sueño me impedía ponerme la franela como Dios manda y salía –etiqueta por delante- a mi clase de cada mañana.

Desde entonces, han pasado unos cuantos días, nombres, momentos, y miles de cosas de las que no lo recuerdo todo. Sin embargo, el olor a pastelito sigue aquí, conmigo y aparece en las mañanas invernales de esta ciudad. ¿Qué tendrá la papa con queso que hace nunca la olvidemos?

Sobre los blogs y sus longitudes...

Ayer hablaba con mi amiga Henmy sobre este blog. Me dijo que estaba muy contenta de que lo hubiera hecho público porque según ella, yo escribo bien (gracias Henmy, de nuevo). Sin embargo, me dijo algo: "lo único es que son muy cortos". Y bueno, a lo largo del día, pensé al respecto... ¿Cuánto debe medir un blog para que no aburra y al mismo tiempo sea, o al menos parezca, profundo?
Si nos atenemos a aquello de que el estilo debe adecuarse al medio donde se publica, muchos blogs tendrían sus días contados, porque según dicen los que saben, cuando se escribe algo que se publicará en internet, el lenguaje debe ser claro, sin profundizar demasiado; debe ceñirse a las generalidades porque para profundidades están los libros y los periódicos...

Está claro que esto no es un libro o un periódico, pero son mis líneas, ¿no? Así que, señores expertos del "estilo internético", no sé si después de esta declaración de principios les pareceré un fenómeno circense, pero en mi blog al menos, el tamaño no importa.

PD: Aprovecho para felicitar a los maravillosos escritores que han participado en el Exercice de Style. La verdad, he disfrutado leyéndolos a todos (bueno, en el del cuti casi se me desorbitan los ojos, pero fue una versión bastante peculiar). Recuerden que tenemos que llegar a 99 por lo menos y a los que les provoque repetir, por aquí los esperamos.